Siempre quise escribir una historia de terror para niños y si más no, la inventé. Aunque nunca intenté plasmarla en un papel. Y ahora que me hallo ante el teclado las ideas no acuden en mi ayuda. Es curioso porque yo siempre he preferido escribir mis relatos a mano. No sé, prefiero coger un boli y dejar que sea mi mano la que escriba, y no lo hace nada mal, todo hay que decirlo. Pero quizá al ser una historia prefabricada sea distinto, quien sabe algo saldrá. Bueno, ya sin más preámbulos pasaré a relatar la historia que tiene como título
Capítulo 1
¡Oh, no! Juan se había olvidado el muñeco de Susana en casa, tenía que llevárselo, y rápido. Su pequeña no pararía de llorar hasta que pudiera abrazar a su osito y nada de lo que le dijeran o hicieran por entretenerla daría resultado. Lo sabía por propia experiencia. Debía ponerse en marcha ya porque a estas alturas lo más probable es que tuviera a toda la guardería alborotada, es bien sabido que cuando un bebé llora, todos los demás también. Y no podía ni imaginarse a la pobre chica intentando acallarlos sin ningún tipo de resultado. Ya estaba en el coche cuando recordó que su marido no había llevado a Susana a la guardería sino al médico porque la niña pasó la noche con unas décimas de fiebre. Volvió a entrar en casa de nuevo, pensando en como podía haber olvidado algo así. Y se reprendió por no haber llevado ella misma a Susi al pediatra. Pero alguien tenía que cuidar del abuelo que últimamente estaba peor, y ahora que lo recordaba tenía que darle las pastillas junto con el desayuno. Lo dispuso todo en una bandeja y cuando se acercó a su suegro lo encontró murmurando como siempre cosas sin sentido. De repente le dio un vuelco el corazón, le había parecido escuchar al anciano decir algo parecido a Susi aunque no era eso exactamente lo que había dicho. Respiró hondo y se dijo que no tenía sentido preocuparse por algo así, puesto que el viejo hacía mucho había perdido la cabeza y ya no sabía lo que decía, pero aún así no consiguió calmarse. Sentía un enorme nudo en la boca del estómago que le oprimía y le decía que algo malo iba a ocurrir y que no había fuerza humana capaz de detener los acontecimientos que se iban a suceder. De repente se dio cuenta de que algo la tenía asida del brazo con una fuerza increíble. Se giró y lo que vio la paralizó al instante. El abuelo se hallaba de pie ante ella y le decía:-Susu ha vuelto, hay que detenerla o los niños...
Lanzó un grito de angustia y se incorporó, miró en derredor y después de unos instantes de total desorientación se dio cuenta de que se encontraba en su habitación sentada en la cama y el sudor frío le bañaba el cuerpo. Respiró hondo durante al menos diez minutos y empezó a tranquilizarse al comprender que todo había sido una pesadilla, horrible, pero pesadilla al fin y al cabo. Miró el reloj: las tres y cuarto. Intentó dormir pero tras una hora sin éxito optó por levantarse. Deambuló por la casa en silencio, se asomó a arropar a su pequeñina e hizo otro tanto con su suegro que el pobre estaba imposibilitado y muy débil. Sintió una enorme lástima por aquel buen hombre que había de terminar sus días atado a una silla sin poder valerse por si mismo. Se dirigió al estudio y pasó el resto de la noche leyendo aunque sin poder concentrarse lo suficiente como para entender media palabra.
Aquel día Cristina llevó a su hija Alexandra de dos años a la guardería como siempre, aunque tal vez sería conveniente decir que, más que guardería era una chica que acogía en su piso niños por horas. No sabía bien por que, pero hoy se había levantado con una sensación extraña, un mal presentimiento. No tenía idea del porque de esa sensación de angustiosa preocupación y había intentado hacer caso omiso o por lo menos quitarle importancia repitiéndose que no era más que algo carente de fundamento. La verdad, no podía quejarse de la vida que tenía; un buen trabajo, dos hijos maravillosos y el mejor marido que se pudiera encontrar y la sola idea de que algo pudiera cambiar la aterraba. Aún seguía sintiéndose inquieta cuando dejó a su hija con la chica de la guardería. Bobadas, pensó. Helena siempre había cuidado muy bien de Alex y no tenía queja alguna de ella, se notaba que le encantaban los niños y por lo que ella sabía la guardería la había montado a raíz de conocer su incapacidad para tener hijos. Después de intentar auto convencerse una vez más de que todo estaba bien, se marchó. Dejando tras de sí a una niña risueña que se entretenía con un juego de construcciones junto con otros dos niños.
Alberto se cruzó con una mujer morena y atractiva en la puerta de la guardería, ¿cómo se llamaba aquella mujer? No lograba recordarlo con certeza pero creía que era Marina o algo que se le parecía. ¿Qué más daba eso ahora? Lo que sí le importaba era que ya llegaba tarde a la oficina y tenía que darse prisa en dejar a Paula, su hija de año y medio, a manos de su cuidadora Helena y marcharse cuanto antes. Debía acordarse de llamar a su mujer para que se pasara ella a buscarla por la tarde, puesto que hoy sin falta tenía que llevar el coche a la revisión. Una vez traspuso la puerta en dirección a la calle recordó que hoy se tenía que pasar por el gimnasio a ver si ya habían llegado las suscripciones que había solicitado hacía un par de días, así que hoy era mejor no hacer planes porque presentía que iba a tener un día ajetreado. Casi sin darse cuenta ya se hallaba sentado al volante de su Volvo dispuesto a arrancar. Cristina, ahora lo recordaba. Ese era el nombre de la joven madre con la que se había topado en el portal. Y una vez el coche en marcha partió sin entretenerse con dirección al centro para incorporarse a su habitual rutina laboral.
-Adiós.
Se despidió rápidamente Juana. Acababa de dejar a Eric en la guardería y aún tenía que llevar a Pedro, su otro nieto, al colegio a unas manzanas de distancia. Aquella mañana se había dormido, cosa que no le pasaba desde... ni siquiera podía recordarlo pero creía que hacía por lo menos diez años. Así que hoy no pudo pararse a hablar con Helena como tenía por costumbre cada mañana. Y la verdad es que eso le contrariaba a la vez que le hacía sentirse aliviada, no sabía por que pero hoy notaba a la chica distinta aunque no sabría decir en qué. Imaginaciones mías, pensó. Hacía cerca de cinco años que hablaba todas las mañanas sin excepción con Helena y siempre le había parecido una chica muy responsable y simpática con los niños. Pero esa mañana todo en ella parecía distinto, como si fuese otra persona. Quizá fuera el hecho de haberse dormido lo que le había provocado esa especie de alucinación porque algo así era impensable, nadie podría cambiar tanto en tan poco tiempo. De todas formas no se marchó muy tranquila de allí.
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