26/2/08

Lo que hace el aburrimiento...

Érase una vez dos jóvenes inocentes e incautas que una fría tarde de invierno habiendo ya oscurecido, se toparon en su camino con un escaparate en penumbra y a simple vista vacío. Cual fue su sorpresa que al fijarse mejor descubrieron en su interior y apostada en un sillón viejo y desvencijado a una anciana de aspecto lúgubre que las observaba fijamente con una mirada penetrante y a la vez vacía que no auguraba nada bueno y que ponía la carne de gallina. Las dos jóvenes huyeron de allí con el corazón desbocado y jurándose no regresar jamás, aunque por supuesto aún no sabían lo que les esperaba al doblar la esquina...

19/2/08

LA SUSU (Capítulo 1º)

Siempre quise escribir una historia de terror para niños y si más no, la inventé. Aunque nunca intenté plasmarla en un papel. Y ahora que me hallo ante el teclado las ideas no acuden en mi ayuda. Es curioso porque yo siempre he preferido escribir mis relatos a mano. No sé, prefiero coger un boli y dejar que sea mi mano la que escriba, y no lo hace nada mal, todo hay que decirlo. Pero quizá al ser una historia prefabricada sea distinto, quien sabe algo saldrá. Bueno, ya sin más preámbulos pasaré a relatar la historia que tiene como título LA SUSU. Allá voy.

Capítulo 1

¡Oh, no! Juan se había olvidado el muñeco de Susana en casa, tenía que llevárselo, y rápido. Su pequeña no pararía de llorar hasta que pudiera abrazar a su osito y nada de lo que le dijeran o hicieran por entretenerla daría resultado. Lo sabía por propia experiencia. Debía ponerse en marcha ya porque a estas alturas lo más probable es que tuviera a toda la guardería alborotada, es bien sabido que cuando un bebé llora, todos los demás también. Y no podía ni imaginarse a la pobre chica intentando acallarlos sin ningún tipo de resultado. Ya estaba en el coche cuando recordó que su marido no había llevado a Susana a la guardería sino al médico porque la niña pasó la noche con unas décimas de fiebre. Volvió a entrar en casa de nuevo, pensando en como podía haber olvidado algo así. Y se reprendió por no haber llevado ella misma a Susi al pediatra. Pero alguien tenía que cuidar del abuelo que últimamente estaba peor, y ahora que lo recordaba tenía que darle las pastillas junto con el desayuno. Lo dispuso todo en una bandeja y cuando se acercó a su suegro lo encontró murmurando como siempre cosas sin sentido. De repente le dio un vuelco el corazón, le había parecido escuchar al anciano decir algo parecido a Susi aunque no era eso exactamente lo que había dicho. Respiró hondo y se dijo que no tenía sentido preocuparse por algo así, puesto que el viejo hacía mucho había perdido la cabeza y ya no sabía lo que decía, pero aún así no consiguió calmarse. Sentía un enorme nudo en la boca del estómago que le oprimía y le decía que algo malo iba a ocurrir y que no había fuerza humana capaz de detener los acontecimientos que se iban a suceder. De repente se dio cuenta de que algo la tenía asida del brazo con una fuerza increíble. Se giró y lo que vio la paralizó al instante. El abuelo se hallaba de pie ante ella y le decía:-Susu ha vuelto, hay que detenerla o los niños...

Lanzó un grito de angustia y se incorporó, miró en derredor y después de unos instantes de total desorientación se dio cuenta de que se encontraba en su habitación sentada en la cama y el sudor frío le bañaba el cuerpo. Respiró hondo durante al menos diez minutos y empezó a tranquilizarse al comprender que todo había sido una pesadilla, horrible, pero pesadilla al fin y al cabo. Miró el reloj: las tres y cuarto. Intentó dormir pero tras una hora sin éxito optó por levantarse. Deambuló por la casa en silencio, se asomó a arropar a su pequeñina e hizo otro tanto con su suegro que el pobre estaba imposibilitado y muy débil. Sintió una enorme lástima por aquel buen hombre que había de terminar sus días atado a una silla sin poder valerse por si mismo. Se dirigió al estudio y pasó el resto de la noche leyendo aunque sin poder concentrarse lo suficiente como para entender media palabra.

Aquel día Cristina llevó a su hija Alexandra de dos años a la guardería como siempre, aunque tal vez sería conveniente decir que, más que guardería era una chica que acogía en su piso niños por horas. No sabía bien por que, pero hoy se había levantado con una sensación extraña, un mal presentimiento. No tenía idea del porque de esa sensación de angustiosa preocupación y había intentado hacer caso omiso o por lo menos quitarle importancia repitiéndose que no era más que algo carente de fundamento. La verdad, no podía quejarse de la vida que tenía; un buen trabajo, dos hijos maravillosos y el mejor marido que se pudiera encontrar y la sola idea de que algo pudiera cambiar la aterraba. Aún seguía sintiéndose inquieta cuando dejó a su hija con la chica de la guardería. Bobadas, pensó. Helena siempre había cuidado muy bien de Alex y no tenía queja alguna de ella, se notaba que le encantaban los niños y por lo que ella sabía la guardería la había montado a raíz de conocer su incapacidad para tener hijos. Después de intentar auto convencerse una vez más de que todo estaba bien, se marchó. Dejando tras de sí a una niña risueña que se entretenía con un juego de construcciones junto con otros dos niños.

Alberto se cruzó con una mujer morena y atractiva en la puerta de la guardería, ¿cómo se llamaba aquella mujer? No lograba recordarlo con certeza pero creía que era Marina o algo que se le parecía. ¿Qué más daba eso ahora? Lo que sí le importaba era que ya llegaba tarde a la oficina y tenía que darse prisa en dejar a Paula, su hija de año y medio, a manos de su cuidadora Helena y marcharse cuanto antes. Debía acordarse de llamar a su mujer para que se pasara ella a buscarla por la tarde, puesto que hoy sin falta tenía que llevar el coche a la revisión. Una vez traspuso la puerta en dirección a la calle recordó que hoy se tenía que pasar por el gimnasio a ver si ya habían llegado las suscripciones que había solicitado hacía un par de días, así que hoy era mejor no hacer planes porque presentía que iba a tener un día ajetreado. Casi sin darse cuenta ya se hallaba sentado al volante de su Volvo dispuesto a arrancar. Cristina, ahora lo recordaba. Ese era el nombre de la joven madre con la que se había topado en el portal. Y una vez el coche en marcha partió sin entretenerse con dirección al centro para incorporarse a su habitual rutina laboral.

-Adiós.

Se despidió rápidamente Juana. Acababa de dejar a Eric en la guardería y aún tenía que llevar a Pedro, su otro nieto, al colegio a unas manzanas de distancia. Aquella mañana se había dormido, cosa que no le pasaba desde... ni siquiera podía recordarlo pero creía que hacía por lo menos diez años. Así que hoy no pudo pararse a hablar con Helena como tenía por costumbre cada mañana. Y la verdad es que eso le contrariaba a la vez que le hacía sentirse aliviada, no sabía por que pero hoy notaba a la chica distinta aunque no sabría decir en qué. Imaginaciones mías, pensó. Hacía cerca de cinco años que hablaba todas las mañanas sin excepción con Helena y siempre le había parecido una chica muy responsable y simpática con los niños. Pero esa mañana todo en ella parecía distinto, como si fuese otra persona. Quizá fuera el hecho de haberse dormido lo que le había provocado esa especie de alucinación porque algo así era impensable, nadie podría cambiar tanto en tan poco tiempo. De todas formas no se marchó muy tranquila de allí.

Leyenda urbana

Según me contó la prima de la vecina de la suegra de un funcionario d correos, el otro día sucedió algo extraño y sorprendente. Resulta que este hombre tenía que hacer una entrega a domicilio, bueno pues se presenta allí con el paquete que por cierto era bien grande y su trabajo le costó llevarlo hasta la puerta. Abre una mujer mayor y le dice que debe haber un error y la dirección debe estar equivocada puesto que allí no vive nadie con ese nombre, es más la mujer es viuda y vive sola desde hace 10 años. Pues nada, el hombre vuelve a cargar el paquete en la furgoneta y se dirige de nuevo a la oficina a la espera de que venga alguien a reclamarlo.

Pasan varios días, y cuando ya nadie se acuerda del paquete, notan un olor extraño y desagradable en el almacén. Al principio nadie le da importancia hasta que el hedor empieza a ser insoportable y el encargado manda buscar de donde proviene la peste. Después de varias horas removiendo cajas de todos los tamaños y colores dan con el origen del nauseabundo olor que casualmente viene del paquete olvidado. Movidos por la curiosidad deciden abrirlo, y ni te imaginas lo que había dentro.

¡¡¡¡TRES CABEZAS!!!!

Sí, sí, como lo oyes, tres cabezas. Dos de ajos y una de cebolla.

Reencuentro

Ya había vuelto a olvidarse el reloj en casa y pensó que a partir de mañana se levantaría cinco minutos antes para no dejarse nada. Debían ser ya las cuatro menos cuarto aproximadamente, puesto que ya había visto pasar dos autobuses de esos que deben pasar cada diez minutos pero que en realidad pasaban cada quince. Bueno ya faltaba menos para que llegara ella. Estaba nervioso pero contento aunque había estado a punto de decirle que no podría ir, pero ahora se alegraba de no haberlo hecho, aunque no sabía si la reconocería o tal vez fuera ella la que no le reconociera a él, pero eso ahora daba igual.

Se quedó mirando a un niño de unos cuatro años paseando a su perro, el pobre animal no podía seguir el paso de su dueño pero eso no parecía importarle al chaval, porque seguía estirando de su mascota. Otro autobús. Debían ser ya las cuatro, estaría a punto de llegar. Y se dio cuenta de que tenía unas ganas locas de ir al excusado aunque no era el momento idóneo, pero su vejiga no atendía a razones. Intentó pensar en otra cosa pero no le sirvió de nada, entonces vio a una mujer en el otro extremo de la calle que le pareció que podía ser ella, su vejiga disminuyó la presión afortunadamente para él. Se pasó la mano por el pelo para alisárselo, aunque más que un acto voluntario era una costumbre que se remontaba mucho atrás.

Estuvo unos segundos sin poder reaccionar pero finalmente se decidió a caminar hacia la mujer del vestido negro. Era de facciones agradables aunque no era guapa, resultaba muy difícil apartar la vista de sus ojos marrones que transmitían paz. Cuando quiso darse cuenta estaba a escasos centímetros de ella y no había podido dejar de mirarla desde que la vio, aunque se obligó a girar la cara para no parecer descarado y grosero, por fin ella le miró y le obsequió con una sonrisa cálida y sincera lo que acabó de decidirle, y le dijo:

-Eva, ¿eres tú?

Aunque sabía que era ella mucho antes que contestara, la escuchó decir:

-Casi no te reconozco Alex, ha pasado tanto tiempo...Pero pertenece al pasado y hay que pensar en el presente, y el presente es que tengo hambre y me gustaría ir a comer algo y charlar con un viejo amigo.¿Que te parece el plan?¿Vamos a un bar?¿O mejor una pizzería? Bueno, ya veremos. Pero antes, ¿como estás?

-Bueno la verdad es que un poco abrumado, si te soy sincero. Pero tampoco me ha ido tan mal en estos diez ¿diez? Sí, diez años. Se está empezando a levantar viento,¿vamos?

-Por supuesto.

Al borde del abismo

Volvió a mirar hacia abajo. Vacío, sólo vacío. Igual que en su interior.

Estuvo buscando algún motivo por nimio que fuera para no hacerlo, pero fue en vano. No conseguía ver más allá del dolor que empañaba su alma y atormentaba su conciencia haciendo desaparecer la persona que un día fue.

Ahora tan sólo era el despojo de aquella chica risueña y alegre a la que siempre le brillaban los ojos con un destello de felicidad. Ni tan siquiera podía recordar un solo momento feliz de su existencia, aunque ya nada de eso importaba.

Volvía a estar a solas con el abismo.

No sabía con exactitud cuando había pasado, pero lo cierto era que no había nada que le importase salvo detener de una vez por todas su agonía. Y sólo había una manera.

No conseguía quitárselo de la cabeza, sólo podía pensar en una palabra.

Suicidio.

Aunque también estaban los que decían que siempre había otra alternativa, pero ninguno de ellos se hallaba con ella en aquella cornisa.

Dolor. Agonía. Vacío. Desesperación.

Bien sabía que no podría soportarlo mucho más tiempo sin llegar a la locura. Aunque quizá no estuviese tan mal a fin de cuentas eso de volverse loco.

No es que anhelara la muerte en sí, más bien deseaba fervientemente no existir, desaparecer. Sólo quería no recordar, desvanecerse en la nada. Dejarse envolver por la oscuridad y al fin lograr la paz que no había conocido en vida.

La verdad es que le resultaba difícil creer en algo que no fuera la maldad humana después de haberla vivido durante tantos años.

Estaba sola.

Esa era la única certeza de que disponía hasta la fecha.

Nunca importó a nadie lo suficiente como para salvarla y devolverle las ganas de vivir que tan cruel e injustamente le habían sido arrebatadas. Se había cansado de morir en vida. No podía soportar saber como podría haber sido su vida de haber tenido a alguien que la quisiera.

A su entender no era mucho pedir que por una vez en su vida le preguntasen de corazón como estaba o como se sentía. Era muy doloroso saber que siempre que alguien se había interesado por cualquier tema que le concerniera había sido fingido. Y más teniendo en cuenta que siempre se había dado a los demás y que anteponía el bienestar de los otros al suyo propio.

Injusto, si. Pero cierto.

Lo justo hubiese sido que todo el que le había tratado mal sufriera parte del dolor inflingido. Pero lamentablemente no era así.

Deseó que pudieran sentir su dolor aunque sólo fuera por un instante.

Se reprochó a si misma el divagar de tal manera, puesto que ya de poco servía. La decisión estaba tomada.

Lo que no entendía era como había podido aguantar tanto tiempo, debería haberlo hecho mucho antes. Tal vez fuera porque tendía a creer en que todas las personas tenían un lado bueno, aunque le hubieran demostrado carecer por completo de dicho lado.

No pudo soportar más la presión y rompió a llorar. Las lágrimas rodaban sobre sus mejillas e iban a parar al inmenso abismo que yacía inerte y oscuro. Igual que su alma.

Lloró por lo injusto que había sido el mundo con ella, negándole la oportunidad de ser ella misma, de desarrollar su carácter alegre y dicharachero. Condenándola a encerrarse en sí misma y a desconfiar de los demás.

Lloró por el calor que jamás recibió. Aunque se creía erróneamente que no se puede añorar lo que no se ha tenido.

También lloró por todas las veces que había caído, y que inútilmente, se había vuelto a levantar. Con el valor del que siempre ha tenido que hacerlo solo.

Siguió llorando, esta vez por todo lo que habría podido dar. Se sentía capaz de dar el amor que nunca recibió a todo aquel que lo necesitara sin pedir nada a cambio, ya que ella no merecía nada porque nada valía.

Le parecía injusto, aunque por otra parte creía que tal vez lo mereciera.

Y ya que su vida carecía por completo de valor y sentido, ¿por que no ponerle fin? ¿Que otra cosa podía hacer? No creía poder soportar otros veinte años así.

Toda la rabia, el desprecio, la soledad que se habían formado en su interior le iban devorando el alma lentamente al igual que un cáncer que le consumía poco a poco sin poder hacer nada por remediarlo.

Teniendo en cuenta que no tenía cabida en este mundo, y sabiendo a ciencia cierta que nadie le iba a echar de menos, sólo le quedaba saltar.

Lo único que de verdad le apenaba era no haber podido adquirir algo más de conocimiento durante el viaje desde su nacimiento hasta su temprana, aunque a ella no se lo pareciese en absoluto, muerte. Le hubiera gustado aprender muchísimas más cosas y a su vez poder enseñarlas.

Pero evidentemente eso no era motivo suficiente para hacerla desistir de su objetivo.

Una de mis historias

Entreabrió los ojos y una potente luz le deslumbró casi al instante obligándole a cerrarlos nuevamente. La luz del sol de mediodía se filtraba por sus párpados dándole un tono anaranjado a cuanto le rodeaba. Le dolía terriblemente la cabeza y le latían fuertemente las sienes haciéndole salir de su trance, se armó de valor y empezó a incorporarse. Un calambre le recorrió la espalda haciéndole perder el poco equilibrio que conservaba. Cayó de costado fracturándose un par de costillas y torciéndose la muñeca izquierda. Se le saltaron las lágrimas de dolor, y gimió haciendo una mueca un tanto extraña. Después de un rato tendido inerte en el suelo volvió a incorporarse, esta vez con éxito. Sentía náuseas y notó moverse la tierra bajo sus pies, aunque por supuesto sólo se debía a una alucinación provocada por las pastillas que le habían dado antes de abandonarle a su suerte en mitad de la nada.

Un horrible pensamiento cruzó su mente, y al contrario de lo que le hubiera gustado, su mente se aferró a dicho pensamiento en vez de dejarlo pasar sin más. Se le heló la sangre en las venas y empezó a cubrirle un sudor frío a la vez que se le secaba la boca y notaba la lengua como si de papel de lija se tratara. No podía ser. Era del todo imposible .Si sus sospechas eran ciertas...No quiso ni imaginar lo que supondría para la humanidad entera si habían descubierto su laboratorio y dado con la clave de la cámara acorazada. No había otra explicación posible para que se hallara en estos momentos en semejante situación y aún así se resistía a creerlo. Era demasiado espeluznante incluso para él.

Debía estar en medio de una pesadilla, muy real, pero pesadilla a fin de cuentas. Si, eso era, y ahora despertaría en la cama de su apartamento. De un momento a otro abriría los ojos y empezaría a distinguir en la oscuridad los contornos de su habitación que tan familiares le resultaban. Cerró fuertemente los ojos intentando no pensar en nada, pero aún antes de volver a abrirlos supo que no encontraría a su alrededor nada de lo que su mente le había hecho creer. No había sido capaz de engañarse aunque por un momento casi llegó a sucumbir a sus propias mentiras.

Empezó a ser consciente del peligro que corría quedándose allí, miró a derecha e izquierda y como no halló señal alguna de vida a su alrededor echó a andar de espaldas al sol que ya empezaba a resultarle bastante molesto. Calculó que serían ya las dos de la tarde por la posición del sol, la sombra que de él se proyectaba sobre la árida tierra, y por la intensidad del sofocante calor que le envolvía. Y se dio cuenta por vez primera de que la sed empezaba a acometerle cada vez con más intensidad, no recordaba haber sentido en su vida tanta necesidad de agua como en ese momento. Pensó que si no encontraba a nadie durante aquel día, probablemente no resistiera hasta el día siguiente. Vaya, hacía un momento estaba preocupándose por el destino de la humanidad y no se había parado a pensar lo cerca que estaba el suyo propio. Le pareció bastante irónico a la par que gracioso, y sin más empezó a reír de forma casi histérica. No podía parar de reír, le empezaba a doler el pecho y el estómago, sólo se detuvo cuando le acometió un ataque de tos que le dejó por unos momentos sin respiración.

Una vez pasado el trance que tan cerca estuvo de arrebatarle las pocas horas de vida que le quedaran, empezó a serenarse y a meditar con calma acerca de su actual situación. Después de un buen rato cavilando llegó a la conclusión de que si salía con vida de aquel desierto quizás estuviera a tiempo de enmendar el daño que hubieran podido causar, creía poseer en un lugar sumamente secreto el antídoto que podría salvar millones de vidas inocentes. Pero lo primero era salir de allí, aunque no estuviera seguro de poder conseguirlo. Le atenazaba el miedo a fracasar y con ello segar la vida en el planeta, era mucha la presión que sentía y pocas las posibilidades de lograr con éxito lo que se proponía.