Volvió a mirar hacia abajo. Vacío, sólo vacío. Igual que en su interior.
Estuvo buscando algún motivo por nimio que fuera para no hacerlo, pero fue en vano. No conseguía ver más allá del dolor que empañaba su alma y atormentaba su conciencia haciendo desaparecer la persona que un día fue.
Ahora tan sólo era el despojo de aquella chica risueña y alegre a la que siempre le brillaban los ojos con un destello de felicidad. Ni tan siquiera podía recordar un solo momento feliz de su existencia, aunque ya nada de eso importaba.
Volvía a estar a solas con el abismo.
No sabía con exactitud cuando había pasado, pero lo cierto era que no había nada que le importase salvo detener de una vez por todas su agonía. Y sólo había una manera.
No conseguía quitárselo de la cabeza, sólo podía pensar en una palabra.
Suicidio.
Aunque también estaban los que decían que siempre había otra alternativa, pero ninguno de ellos se hallaba con ella en aquella cornisa.
Dolor. Agonía. Vacío. Desesperación.
Bien sabía que no podría soportarlo mucho más tiempo sin llegar a la locura. Aunque quizá no estuviese tan mal a fin de cuentas eso de volverse loco.
No es que anhelara la muerte en sí, más bien deseaba fervientemente no existir, desaparecer. Sólo quería no recordar, desvanecerse en la nada. Dejarse envolver por la oscuridad y al fin lograr la paz que no había conocido en vida.
La verdad es que le resultaba difícil creer en algo que no fuera la maldad humana después de haberla vivido durante tantos años.
Estaba sola.
Esa era la única certeza de que disponía hasta la fecha.
Nunca importó a nadie lo suficiente como para salvarla y devolverle las ganas de vivir que tan cruel e injustamente le habían sido arrebatadas. Se había cansado de morir en vida. No podía soportar saber como podría haber sido su vida de haber tenido a alguien que la quisiera.
A su entender no era mucho pedir que por una vez en su vida le preguntasen de corazón como estaba o como se sentía. Era muy doloroso saber que siempre que alguien se había interesado por cualquier tema que le concerniera había sido fingido. Y más teniendo en cuenta que siempre se había dado a los demás y que anteponía el bienestar de los otros al suyo propio.
Injusto, si. Pero cierto.
Lo justo hubiese sido que todo el que le había tratado mal sufriera parte del dolor inflingido. Pero lamentablemente no era así.
Deseó que pudieran sentir su dolor aunque sólo fuera por un instante.
Se reprochó a si misma el divagar de tal manera, puesto que ya de poco servía. La decisión estaba tomada.
Lo que no entendía era como había podido aguantar tanto tiempo, debería haberlo hecho mucho antes. Tal vez fuera porque tendía a creer en que todas las personas tenían un lado bueno, aunque le hubieran demostrado carecer por completo de dicho lado.
No pudo soportar más la presión y rompió a llorar. Las lágrimas rodaban sobre sus mejillas e iban a parar al inmenso abismo que yacía inerte y oscuro. Igual que su alma.
Lloró por lo injusto que había sido el mundo con ella, negándole la oportunidad de ser ella misma, de desarrollar su carácter alegre y dicharachero. Condenándola a encerrarse en sí misma y a desconfiar de los demás.
Lloró por el calor que jamás recibió. Aunque se creía erróneamente que no se puede añorar lo que no se ha tenido.
También lloró por todas las veces que había caído, y que inútilmente, se había vuelto a levantar. Con el valor del que siempre ha tenido que hacerlo solo.
Siguió llorando, esta vez por todo lo que habría podido dar. Se sentía capaz de dar el amor que nunca recibió a todo aquel que lo necesitara sin pedir nada a cambio, ya que ella no merecía nada porque nada valía.
Le parecía injusto, aunque por otra parte creía que tal vez lo mereciera.
Y ya que su vida carecía por completo de valor y sentido, ¿por que no ponerle fin? ¿Que otra cosa podía hacer? No creía poder soportar otros veinte años así.
Toda la rabia, el desprecio, la soledad que se habían formado en su interior le iban devorando el alma lentamente al igual que un cáncer que le consumía poco a poco sin poder hacer nada por remediarlo.
Teniendo en cuenta que no tenía cabida en este mundo, y sabiendo a ciencia cierta que nadie le iba a echar de menos, sólo le quedaba saltar.
Lo único que de verdad le apenaba era no haber podido adquirir algo más de conocimiento durante el viaje desde su nacimiento hasta su temprana, aunque a ella no se lo pareciese en absoluto, muerte. Le hubiera gustado aprender muchísimas más cosas y a su vez poder enseñarlas.
Pero evidentemente eso no era motivo suficiente para hacerla desistir de su objetivo.
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